Ciudadanía, derechos
humanos y redes digitales
La cuestión de los
derechos humanos ha tenido históricamente dos marcos fundamentales. Por un
lado, es un problema clásico de la filosofía política: es la dimensión
comunitaria del ser humano la que dicta la necesidad de marcar los límites de
la convivencia entre iguales, del alcance de la acción de unos hombres frente a
otros.
Quizá debería haber
dicho que se trata más de un problema moderno que de uno clásico. Para Platón y
Aristóteles, la sociedad es reflejo de un orden natural donde la jerarquía, el
orden de las esencias, es garantía de buen funcionamiento. La democracia griega
era un sistema de castas donde los derechos de cada uno estaban claramente
delimitados por los roles sociales de cada cual. Los hombres no nacían iguales
y la posición social de cada uno estaba asociada a la nobleza de su cuna. En
Oriente, Confucio también resuelve la cuestión de una forma similar: la
sociedad es justa cuando ‘cada cosa es lo que su nombre dice'. De nuevo el
orden jerárquico, la búsqueda de una sociedad perfectamente estructurada,
evitaba la reflexión sobre los derechos humanos.
Tuvo que llegar la
Ilustración para plantearse la génesis de la sociedad desde un ‘estado de
naturaleza' donde los hombre son iguales, donde aún no aparecen las diferencias
sociales basadas en la riqueza o el poder. El paso de este estado de naturaleza
a un estado civil necesita postular unas razones sólidas por las cuales los
seres humanos deben desear asociarse. Nace así, con la Ilustración, la noción
de ‘contrato social', que define lo que cada individuo está dispuesto a ceder
para disfrutar del refugio de la comunidad. Sólo en este contexto tiene sentido
hablar de derechos y obligaciones en sentido pleno. Son las llamadas
‘constituciones' o formas de gobierno que apelan a una legitimidad basada en
dicho equilibrio de derechos y obligaciones. En este equilibrio se basa el
concepto de ciudadanía.
El segundo marco quedó
delineado por la filosofía y, más específicamente, por la metafísica. Es la
discusión acerca de la naturaleza humana. Si el ser humano tiene una forma de
ser que le corresponde en tanto que tal, habrá una serie de atribuciones que le
corresponderán independientemente del marco social o temporal en el que su vida
se desenvuelva.
Parece una forma
atractiva de fundamentar los derechos humanos, sobre todo cuando se apela a la
existencia de una supuesta ley natural. El problema nace cuando la definición
de ser humano ha venido dictada históricamente por el poder político y el
religioso y se ha utilizado casi ininterrumpidamente a lo largo de la historia
para condenar con un juicio inapelable todas aquellas conductas que podrían
hacer tambalear al sistema. Por tanto, basar los derechos humanos en una
supuesta naturaleza humana, como si fuera algo inmutable, trascendente,
definida por poderes sobrenaturales, no es sino una proyección al ámbito de la
ética de un mecanismo de control social que coloca la jaula en el corazón del
hombre. Nuestra esencia no se define apenas en términos biológicos, ni viene
predeterminada por una herencia genética. Nuestro ser consiste en transcurrir;
y por ello es la existencia, la biografía individual y colectiva la que define
a fin de cuentas nuestra esencia.
En este ambiente
metafísico, la tecnología ha sido vista con recelo como una realidad opuesta a
la naturaleza humana. La distinción entre lo natural y lo artificial,
esencialmente en un contexto cultural judeocristiano, ha tenido frecuentemente
un tinte de ‘lucha del bien contra el mal'. Salimos del paraíso por comer el
fruto del Árbol de la Ciencia, jugamos con fuego cuando usurpamos las
atribuciones creadoras de Dios; si la técnica transforma el mundo, lo
perfecciona; eso quiere decir que la Creación es imperfecta, por lo que el
hombre comete un pecado de soberbia al intentar mejorar lo que Dios ha hecho.
Son todas ellas proposiciones que permanecen soterradas en un rancio imaginario
colectivo.
En contraposición a esta
visión tradicional, Ortega y Gasset tuvo la clarividencia de entender la
técnica como una sobre naturaleza para el hombre, una suerte de gran aparato
ortopédico que nos permitía vivir la realidad, una forma de humanizar un mundo
inhóspito, descarnado y poco acogedor. Si el resto de los seres vivos
evolucionan adaptándose al ambiente, nuestra forma natural de evolucionar sería
la opuesta: adaptar el mundo al hombre, humanizarlo. No creo, en definitiva,
que sea particularmente interesante seguir una vía ontológica para plantear las
preguntas claves sobre la relación entre derechos humanos, la ciudadanía y la
tecnología.
La cuestión es cómo enlazar la ciudadanía y los derechos humanos con un fenómeno de naturaleza puramente tecnológica, como es el de las redes digitales, y esta es la base a partir de la cual he elaborado una nueva argumentación.
La cuestión es cómo enlazar la ciudadanía y los derechos humanos con un fenómeno de naturaleza puramente tecnológica, como es el de las redes digitales, y esta es la base a partir de la cual he elaborado una nueva argumentación.
Estamos acostumbrados a
entender la tecnología como una dimensión instrumental de la realidad humana.
Desde este punto de vista, las tecnologías son elementos de mediación con la
realidad. Amplían el alcance de nuestras posibilidades de acción, multiplican
su impacto sobre la naturaleza. En definitiva, todo lo relacionado con lo
técnico supone, en gran medida, implementar formas de control y garantizar un
mayor grado de cumplimiento de unos objetivos, ya sean individuales o
colectivos, culturales o económicos, militares o productivos. Por lo tanto,
hablamos de una tecnología aparentemente instrumental y neutra, ya que los
objetivos y al ideario a los que sirve vienen definidos por el ámbito de la
ética y de la política.
En definitiva, la visión
instrumental de la tecnología nos lleva a pensar que cualquier tipo de
constitución política, cualquier tipo de ciudadanía, es compatible con
cualquier sistema tecnológico; que la democracia es ajena a ciertas decisiones
estratégicas acerca del sistema energético, comunicacional y productivo que
caracterizan nuestra sociedad.
Nada más lejos de la
realidad. Las tecnologías actuales no son simples instrumentos que facilitan la
realización de un fin previo al diseño de las mismas. Exceden cualquier
explicación puramente instrumental, pues en su aplicación por parte de los
usuarios se descubren nuevas potencialidades, nuevas posibilidades
emancipadoras... o también más sofisticadas formas de control no previstas
inicialmente. Proyectamos un horizonte de interpretación sobre las tecnologías
que usamos, de forma que las dotamos de significados que varían de un grupo
social a otro, y de un individuo a otro dentro de cada grupo social.
El fenómeno humano no
puede ser entendido fuera de su diálogo necesario con la tecnología. Nada está
transformando tanto la realidad humana como la tecnociencia en todas sus
facetas. Los conceptos de ‘natural' y ‘artificial' se solapan y complementan
continuamente y se van modulando entre sí a lo largo de la historia.
Muchos desean todavía
hoy mantener en pie ciertas mitologías basadas en la existencia de un supuesto
orden natural en el que se basaría el orden social. Esta apelación a la
naturaleza del hombre, a la naturaleza de los derechos humanos y al propio
concepto de ciudadanía está presente, en el fondo, en casi todo el pensamiento
político occidental. Investigar qué es la ciudadanía supondría, por tanto,
profundizar en la naturaleza humana y en el orden natural que debe ser
respetado para que la armonía reine como el elemento base de la convivencia entre
los hombres.
Buscar las raíces de la
ciudadanía en la naturaleza humana es expresión de otra versión más actual de
la ‘mentira noble' platónica, según la cual era deseable convencer a los
hombres de que la clase social a la que pertenecían era consecuencia del tipo
de materia prima de la que estaban hechos. Por tanto, sólo cabía aceptar la
pirámide social y el orden político basado en un orden natural. No habría
derechos humanos como tales, sino prebendas propias del rango social que uno
por derecho de cuna ocupaba.
Igual que las clases
sociales, los saberes en el paradigma actual también deben estar bien definidos
y compartimentados: a un problema político, una solución política; a un
problema técnico, una solución técnica. Es una expresión del pensamiento
dicotómico que perpetúa la separación de las dos culturas, la humanística y la
técnica.
Sin embargo, unir en un
mismo contexto ciudadanía y redes digitales muestra la importancia que tiene el
entorno de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) para
redefinir desde una perspectiva multidisciplinar algunos de los conceptos
básicos de la filosofía política. Ese entorno, al que Benkler denomina
‘ecosistema' digital, no se limita a ser un instrumento de control social, ni
tampoco una herramienta que aumenta la eficacia de las formas de comunicación
que han caracterizado a la sociedad industrial. De hecho, este ecosistema es el
campo de batalla donde se libran algunas de las luchas más significativas por
los derechos humanos.
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